...y no precisamente bailando cha cha chá. Pero esto pide una explicación que va más allá, de modo que, a riesgo de aburrir a mis amables lectores, allá voy.
La idea de presentar un postre en vasito no es nueva para mí. Mucho antes de haber visto en el canal gourmet a Paulina Abascal decir, en el colmo del éxtasis y con su vocecita chillona y su tiple fresa, decir que servir postres en vasitos era la última moda en Europa y Nueva York. Lo que más risa nos dio en ese momento fue que la niña sirvió sus creaciones en vasitos...de acrílico, de esos que venden en el súper y se rayan horrible a la primera lavada. Yo ya sabía que desde hace unos cuantos antieres, los ingleses tienen múltiples postres que sirven en vasitos, como los fruit fools, o los trifles, o el Eton mess, y todos son básicamente la misma cosa: frutas y crema. En algún momento de la vida, supongo, a algún ideático de los que nunca faltan, se le ocurrió poner una rebanada de pound cake-seguramente del día anterior, si acaso- en el fondo del vaso, y bueno, la locura vino después.
El fin de año, para qué negarlo, sí sentí que me picaron la cresta. Tenía que hacer un postre que justificara la fama, caray, algo que de veras fuera el orgullo de la casa. Y me lancé a la creación de un postre en capas: gelatina-o gelée, que dicen los payasos- de frambuesa y jamaica, con una segunda capa de 'pastel de queso', para rematar con chispas de chocolate. Hubiera querido terminar con ganache, pero me pareció mejor contraste de textura. De modo que, a nivel experiencia hacer vasitos no era algo nuevo. Pero, para la ocasión, consideré que era mejor algo más ligero, que aprovechara las frutas que nos da el verano.
Pero...¿cuál era la ocasión? Un cumpleaños en casa, ni más ni menos. El cumpleaños de Daniel, para ser más exactos. Y decidí una buena mesa dulce para la ocasión. Para compartir, pensé en un pastel 'cebra', que es un marmoleado, sólo que la masa se vierte para formar círculos concéntricos que dan un efecto, al partir el pastel, de rayas como de cebra, precisamente, cubierto con un ganache hecho con una mezcla de chocolates y crema, y unos panquecitos de requesón y cereza. Pero hacía falta algo...algo un poco más ligero. Y los vasitos me dieron la solución.
No se puede creer que un postre con tres capas distintas, una de pastel de chocolate, la otra de compota de frutas y las última de mousse se pueda llamar ligero. Sin embargo, en comparación con un pastel que lleva cuatro huevos y una taza de aceite, cualquier otra cosa parece ligera. Y mis vasitos entraron en esa categoría por sí mismos, sin necesidad de la comparación. Porque, a pesar de llevar una base de pastel de chocolate, el pastel es un chiste que no lleva huevos ni leche, la compota se hace con una cucharada de azúcar, y la mousse no lleva crema, sino yoghurt, y una clara de huevo.
Como digo, el pastel es un chiste. Se mezcla y se hornea en el mismo traste. Sólo se ensucia la taza de medir y un traste donde se funde la mantequilla. Y queda un pastelito esponjoso, húmedo, y con un sabor a chocolate...divino. Más, si se le mezcla 1/4 de cucharada de polvo de cinco especias. Lo que hice fue hacer mi pastel de antemano, dejarlo enfriar y cortarlo con la boca de los vasitos, para que quedara del tamaño exacto.
Luego, viene la segunda capa. No puede ser más sencilla. Simplemente tomé unas cerezas, las deshuesé-una parte las usé para los panquecitos, otra parte para la compota-, las puse en un cazo junto con unos duraznos de Chihuahua cortados en cubitos y una cucharada de azúcar, los puse a fuego bajito, tapados, me esperé a que largaran el jugo, y fue todo. Luego, es cosa de enfriarlos muy bien, y ya está la compota.
Una vez que estuvieron listas las primeras capas, preparé la mousse. Mucha gente se espanta ante la sola idea de una mousse. Pero no necesariamente tiene que ser una cosa cargada de crema y demás. No. La mía, para esta ocasión, fue muy simple. Batí una clara de huevo con una pizca de azúcar a punto de merengue. Después, batí queso crema con una infusión de manzanilla, un poco de azúcar y yoghurt, a lograr una crema, no muy espesa, no muy suelta. Le agregué, para redondear el sabor, un poco de miel de maguey, y listo.
El armado fue muy sencillo. A las capas de pastel les añadí algo de jarabe simple hecho con una parte de agua y una de azúcar, a lo que añadí café soluble. Como estaba algo seco el pastel, le puse unas cucharadas de vino blanco. Luego, distribuí cucharadas de compota.
Y terminé con una capa de mousse.
Para terminar, el toque: la velita.
Parece mentira que el proceso se haya extendido tres días. Pero la verdad es la mar de simple: el día anterior se hornea el pastel y se hace la compota. Se deja enfriar todo. Al día siguiente se hace la mousse, en lo que se enfría se hace el almíbar, se corta el pastel, se arman los vasitos y se ponen a refrigerar, Fácil, ¿no? Súper sencillo, súper especial. Y, para los que guardan la dieta, nada mejor que un pastel ligero, fruta y queso, todo en uno. Y, ¿por qué no?, para los que se quieren lucir, es de esos postres de 'quedar bien sin sobarse el lomo'. Casi una confección impostora...pero con todo hecho en casa.