Desde que por primera vez puse mis manos en un recetario editado en Estados Unidos, hace ya unos cuantos antieres-para ser precisa, hace 21 años, cuando aterrizó el horno de microondas Kenmore en casa de mi madre-, no ha dejado de llamarme la atención la manera de los gringos, tanto de redactar como de pasar sus recetas. Por una parte, son autorreferenciales ad nauseam. Y por otra, no deja de ser notorio el que, a pesar de hablar de 'comida casera', y más aún, preparada en horno de microondas-la panacea de los ochentas para la tan socorrida falta de tiempo-, de diez ingredientes, por poner un ejemplo, ocho procedan de latitas, sobrecitos, bolsitas congeladas y demás amenidades.
Por ésto me resultó de interés que en MSN ahora, junto con las recetas como se las encuentra uno en cualquier revista, publiquen videos de cocina. Yo sé que a más de uno no le ha de resultar extraño, ya que si el video de un escuincle chillón que finalmente cae de un tronco se publica en Internet, de todo se puede encontrar. Lo que me provocó estupefacción primero, y risa después, fue la idea que se tiene de la cocina casera.
Para mí, que tengo fuertes opiniones al respecto, la cocina casera significa salir al mercado a comprar tus ingredientes. Pongamos por caso, una sopa de verduras. Se compran las verduras, se lavan, y si es el caso se pelan, se pican y se sofríen. Luego, se muele el jitomate, que también se ha lavado, con un pedazo de cebolla y uno ó dos dientes de ajo, se cuela y se sazona en la olla en que radican las verduras sofritas. Cuando el jitomate ha perdido el sabor y olor a crudo-y no porque se haya ido de juerga-, se añade agua hirviendo, y si se quiere, un par de cubitos de caldo de pollo, si no, sal, pimienta, y lo que nos dicte la imaginación o las existencias de nuestra despensa. Se deja hervir hasta que las verduras se cuezan y listo. No puede ser más simple.
Parece que al ama de casa gringa promedio le parece imposible lo anterior. Porque, o mucho me equivoco, o la 'nueva cocina casera' que pregona Cat Cora se trata de recurrir a lo mismo de siempre, o sea, latitas, congeladitos y sobrecitos, sólo que ahora se apela a las múltiples opciones que dicta la nueva exquisitez, o a los milagros de la globalización en forma de sazonadores, condimentos, especias y demás traídos de las antípodas y puestas a la disposición, en la forma de la manera más adecuada de usarlas gracias a Cat Cora. Me explico: la susodicha señora da una receta para hacer una sopa, más simple que la que di anteriormente, con la ayuda de incontables procesados. Voy a pasar la receta más o menos como la recuerdo: hervir dos litros de caldo de tetra-pack, orgánicamente certificado según ella misma-mismo que cuesta, más o menos, cuarenta pesos el litro-, agregarle jengibre rallado sobre el caldo-única operación manual que se le vio hacer en todo el proceso, la de pelarlo y rallarlo-, ajo, igualmente rallado, chile de alguna botellita infernal hallada en algún mercado oriental parecido al súper ubicado en División del Norte, sólo que sin certificación orgánica, pollo deshebrado de charola-para lo cual tuvo que dar la explicación, o dar la alternativa de hervirlo en casa y deshebrarlo-, y voilà, la sopa estaba lista. En menos de treinta minutos.
Le puedo conceder la falta de tiempo. Lo que no concibo, en estos tiempos que dictan que lo verdaderamente exquisito sólo se puede conseguir si casi se ha visto morir a la res, es el exacerbado uso de procesados. No entiendo una cocina tan bipolar, donde unos, por una parte se empeñan en hasta hornear su pan en casa, previa elaboración de masa madre, y otros dicen que se puede comer 'bien' abriendo tetra packs y sobrecitos. ¿Será que la confusión gastronómica de un país que ni siquiera puede presumir de una cocina verdaderamente propia ha llegado a esos extremos? Vayan ustedes a saber. Lo que sí sé es que, de las recetas de Cat Cora, las menos. En primera, porque no me puedo dar el lujo de gastar ochenta pesos en la elaboración sólo de una sopa, por no decir, de la mera base de la sopa. Y en segunda, porque la cocina verdaderamente casera, como yo la entiendo, comienza en el mercado. Lavando, pelando e hirviendo ingredientes, no sacándolos de una bolsita o un tetra pack. Y aunque me falte tiempo, lo que me sobra es voluntad para poner algo rico, nutritivo y sin aditivos en mi mesa, cosa que, a pesar de que se quejan de la obesidad y demás problemas, los gringos no están dispuestos a sacrificar: su precioso tiempo para pasar en el antro, o viendo el fútbol americano, o haciendo vida social, así se hagan pomada las arterias o el hígado. Tiempo les va a faltar después para gozar de lo que podrían de haberse tomado el tiempo de preparar sus comidas en vez de comprárselas al Gigante Verde. Y los que nos, relativamente, sobamos el lomo en la cocina, seguiremos gozando de la buena vida y una mucho mejor mesa, riéndonos de los que, por falta de tiempo, nunca se tomaron el tiempo de hervir una pechuga de pollo a fuego lento, con sal, pimienta gorda y tomillo, para después tomarse el caldo. Y seguiremos haciéndolo, junto a una excelente hogaza de pan horneado en casa, mientras ellos tendrán que conformarse con la insípida comida de los hospitales.
3 comentarios:
Tu comentario acerca de las manipulaciones gastronómicas de Coca-Cora me ha puesto a pensar en la "naturalidad". ¿Qué se le hace "natural" a cada generación, en cuanto a la preparación de la "comida hecha en casa"? Para mi, lo natural era ver a mi madre ir a recogerme a la primaria con la típica bolsa del mandado llena de hojas, tallos, y tubérculos, y unas cuantas pechugas de pollo: lo que necesitaba para hacer su sopa con verduras, y quizás unos taquitos para el guisado.
Por lo que puedo ver de los videos que mencionas, lo natural para un chavito gringo es una cosa muy diferente: mamá camionetuda a la puerta del colegio, viaje relámpago al supermercado, bolsa de ingredientes procesados.
El problema es que ahora estamos muy interesados en ese otro significado de la palabra "natural", el que tiene que ver con la autenticidad, por así decirlo, o la originalidad del producto (su proximidad a su estado primitivo).
Y ahi está la cosa: ¿qué tan naturales son lo hábitos de consumo de la nueva cocina doméstica gringa?
Buen problema el abordado: la "naturalidad" de los ingredientes que intervienen en la confección de la comida. Hay un hecho fundamental que no debe pasarse por alto: la oposición entre natural y sintético.
El mundo en que vivimos o, mejor dicho, el entorno en el que viven los gringos, y que se copia en buena parte del mundo, funciona a caballo entre lo "orgánico" y los "sucedáneos". Así, desde la aparición de la sacarina hasta la popularización del Coffee mate (ambas porquerías dignas de echarse al inodoro sin contemplaciones), el gringo promedio vive en la búsqueda constante de consumir algo que-se-parezca-a, pero que no lo sea, por distintas razones. En este rubro entran los refrescos de dieta (que son pero no), la soya convertida en milanesa (que es pero no), y hasta las cervezas sin alcohol (que te ponen pero no). Por tanto, desde la visión de esta peculiar señora con un nombre no menos peculiar (mira que ponerse nombre de animal y apellido de pasta chafa), ¿qué será lo natural?
La confianza es un elemento de primer orden en su razonamiento: si lo hace el Gigante Verde, o Del Monte, o Heinz, seguramente (entre comillas, por favor) tiene ingredientes naturales. ¿Y los aditivos para el color, el sabor y la conservación? No importa: un jitomate (o como ellos le dicen, un tomate) es siempre un jitomate, sin pensar qué le ha pasado entre que se cortó y se lo traga el consumidor, proceso que, sin duda alguna, haría sufrir un síncope a la madre naturaleza. De cualquier forma, la base es cierta: si es rojo, y el envase dice que es caldo (salsa, dicen los muy tarados), ergo, es tal.
Segunda consideración: la comida mencionada procede de algún ramo del campo, ¿no es así? ¿Cuál es el problema entonces? Si en la elaboración y/o crecimiento y/o producción natural del consumible intervienen Monsanto y sus secuaces, o los granjeros cuáqueros del fundamentalismo orgánico, la comida es comida y comible, natural a más no poder (a menos que el queso comprado sea de plástico), y susceptible de emplearse en una "receta casera".
Último argumento: si se hace en casa, es casero. Simple, ¿o no? Es una dicotomía sencilla entre mi estufa (y mi microondas, mi freidora, acaso mi horno) y la estufa del MacPerro, la del Kentonces Fríes Chido, o cualquier otra. Es una oposición entre lo que yo hago (no importa si empleo porquerías de bolsita o productos orgánicos de costo prohibitivo) y lo que hace un mercachifle de la traga, así sea el chino que vende brochetas de ratón a la vuelta de la esquina.
Colofón: la cocina casera de Cat Cora no es un engaño, sino una afirmación contextual. Como tal, ciertamente, involucra emplear poco tiempo, gastar más dinero, y llenarse el organismo de porquerías. Sin embargo, son las porquerías que a cada quién le da la gana meter en sus ollas, no las que dicta el chef corporativo de alguna cadena de insana comida rápida.
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