miércoles, 27 de enero de 2010

Los gordos y la comida rápida, segunda parte

Nuestro pobre presidente es un hombre muy vilipendiado. Muy bien, yo pertenezco a una generación donde el deporte favorito era quejarse del presidente, criticarlo a más no poder y divertirse con ello, sin embargo, al pobre de Felipe Calderón le llueve cada día más duro; según sus criticones, no da una, nada lo hace bien. Que si la guerra contra el narco, que si la influenza...y ahora, que si los gordos.
Se ha llegado al extremo de decir que Felipe es un dictador, porque la sociedad puede estar lo gorda que quiera y el presidente no tiene ningún derecho a decir nada al respecto. Total, muy la vida y muy los cuerpos de cada quien. Los que tal barbaridad aseveran no toman en cuenta el hecho básico de que los gordos le cuestan al sistema de salud probablemente mucho más que los fumadores-cosa que ya se apuntaba en una de las primeras entradas de este blog-. Sin embargo, los que tachan al señor presidente de la República de nazi, seguramente aplaudieron a rabiar al inepto de Marcelo Ebrard cuando sus famosas regulaciones anti-tabaco, que es poco más o menos lo mismo: decirle a la gente qué puede y qué no hacer y en dónde puede y en dónde no hacerlo. Ya estoy oyendo el argumento en contra: es que el fumador se chafa la salud y la de los que lo rodean y el gordo no. Pero a ver, yo quisiera que me dijeran: ¿qué pasa con un padre de familia obeso, con problemas de hipertensión o diabetes, que de pronto se vea imposibilitado para trabajar, cuando no hasta le dé un infarto? ¿No está acaso chafando a su familia? O sea que no me vengan con que un gordo nomás se friega a sí mismo.
Yo no considero que el presidente sea un nazi por señalar un problema de salud pública. Ya rebasamos a los gringos en las cifras de obesidad infantil, cosa muy alarmante pero no de extrañarse si tomamos en cuenta que México es el mayor consumidor de refrescos del mundo, cosa también sumamente alarmante. El otro día Lupe Juárez regañaba a un escucha porque decía algo así como que la culpa la tienen las mamás que trabajan. En pocas palabras le dijo que eso no tenía nada que ver, que lo primordial era aprender buenos hábitos alimenticios desde la infancia. Y me dieron ganas de preguntarle a la Lupe: ¿y qué pasa con las mamás que no trabajan y que aún así introducen en las loncheras de los niños el refresco de rigor y la bolsita de papas? ¿Qué pasa con los papás que no saben ni hacer un sandwich y un agua de limón? Ese es justamente el problema.
Cuando era chica-favor de no aullar-, recuerdo los contenidos de mi lonchera. Mi madre nos ponía, en la típica cajita de Tupperware, sandwiches de pan integral con frijoles, queso añejo y una cantimplora con Tang-práctica que luego desechó por considerarnos demasiado torpes con el agua-. ¿Jamón? Muy de vez en nunca. Los contenidos de las loncheras de mis amigas no eran muy diferentes, con la salvedad del sandwich de jamón. ¿Refrescos? No, en mi época era más común el agua de limón o el Frutsi-que dicho sea de paso, igual y hasta resulta que es menos dañino que el refresco...por lo menos viene en envases más chicos-. Incluso, recuerdo que en alguna época me dio por pedirle a mi madre zanahoria rallada con limón y sal, a lo que mi madre accedió no de muy buena gana. Eso era lo que se consumía en los recreos. Las papitas y chucherías eran menos comunes, aunque siempre estaban presentes en las cooperativas escolares. Y la revolución del refresco vino con las máquinas expendedoras, que traen el jarabe y el agua carbonatada para mezclar en el momento que se le da a la espita, cosa que sucedió, si no recuerdo mal, cuando estaba yo en la secundaria. Y si algo he de decir en favor de la cooperativa de mi escuela, es que vendían bolsitas con germinado de alfalfa, limón, chile y sal y tortas de frijoles.
Mi madre siempre ha dicho que "el mexicano come para llenarse, no para nutrirse". Sin embargo, allá en mis épocas, los alimentos procesados a los que tenemos tan fácil acceso hoy día no se encontraban, y mucho menos se incorporaban a las dietas, con tanta simpleza como actualmente. Sí, claro, es una escena de domingo muy típica ver a los señores que regresan del mercado con tremendo pedazo de chicharrón bajo el brazo, siempre lo ha sido. También es muy común los días de tianguis ver en los puestos donde se expenden comidas, ya sea para consumir en el lugar o para llevar, multitud de personas. Pero creo que también es harto común ver llenos a reventar los sitios de comida rápida. Las fondas tienen competencia: la gente puede escoger, entre una comida completa en la fonda de la esquina, y una deficiente llenada de panza en el garito de basura comestible más cercano a su corazón. En fin, yo casi podría afirmar que cada vez se cocina menos y se come peor.
Me pueden decir que hay "millones de nuevos pobres", sin embargo, los gordos no pertenecen a las clases altas solamente. Es muy común, como ya apuntaba, ver niños empinándose ávidamente el refresco, que dicho sea de paso, es cada vez más grande. Lo que se consideraba una botella de tamaño familiar, allá en mis épocas, hoy a muchas familias no les dura ni para el arranque. Hay familias que requieren, incluso, de un par de bidones para bajarse la comida. Y todo parece que ha aumentado de tamaño: los refrescos "chicos" ya no son tales. En la inmensa mayoría de las tienditas ya no venden refrescos chicos en envase de vidrio; sólo hay "latitas", latas, latotas y bidones. ¿Nos extraña que estemos gordos, pues?
Y los juguetes...válgame con los juguetes. Es posible observar niños, en cualquier unidad clasemediera, montando los dichosos carritos eléctricos, cuando antes lo común eran los patines, las patinetas, la bicicleta, y para los más pequeños, el triciclo. Desafortunadamente, con la tecnología al alcance de cualquier mano-y que no me vengan con que la crisis y la manga, porque me ha tocado ver en Telcel gente bastante reventada de apariencia comprando celulares para los mocosos-, los niños tienen la posibilidad de quedarse amonados todo el día frente al aparatejo, cualquiera que sus padres hayan estado en posibilidades de comprarles. También, los padres posmodernos consideran que la idea de comprarle un amansalocos a la pequeña bestia es de lo mejor, porque se lo enchufan y se olvidan de que existe por un buen rato. El niño, por tanto, no se mueve más de lo necesario.
¿Es justo, por tanto, criticar al presidente por señalar un problema de salud pública? Yo creo que no. Lo que nos disgusta es que se nos señalen nuestros malos hábitos, y el típico "es que el gobierno ya no halla con qué enchincharnos" de siempre. Los costos de salud pública necesariamente son cada vez más elevados, al presentarse con más frecuencia la incidencia de enfermedades relacionadas al sobrepeso y obesidad. En nuestro sistema de salud, tan endeble el pobre, tal cosa puede resultar hasta trágica, estando como está, sujeto con palillos. Sin embargo, no se ha hablado más allá de las campañas para fomentar una buena nutrición, campañas para fomentar que los chamacos hagan algo de ejercicio...en fin. Creo incluso que las medidas no son suficientes, porque se quedan en meras sugerencias-cosa que no sucedió con los fumadores, a los que nos sacaron a patadas de prácticamente todos lados, por mor de la salud pública, según-. Lo ideal, en mi opinión, sería sacar las máquinas expendedoras de chatarra de las escuelas, sacar el refresco y así, poco a poco, ir cambiando esos hábitos que decía la Lupe, había que inculcar desde la niñez. Pero mientras se piense que "no importa que el refresco no nutra, por lo menos llena", aviados andamos.