viernes, 28 de noviembre de 2008

El pan nuestro de cada día

Mi locura por la comida finalmente desembocó donde debía: el pan. Mucha gente, aún los cocineros más avezados, sienten una especia de miedo pánico cuando se trata de elaborar pan. Aquí entre nos, yo no me sustraía al miedo, a pesar de que en mi experiencia cuento con la elaboración de masas que a más de uno le pondrían los pelos de punta, como el hojaldre. Sin embargo, ni toda mi experiencia de patissier amateur-que, considerando la carencia de guías audiovisuales como las que proporciona la Red hoy día, eran esfuerzos bastante heroicos-hacían que me decidiera a dar el salto a la elaboración de pan. Si a éso le aunamos que circulan toda clase de historias de horror referentes al pan elaborado en casa, como que es imposible hornear una hogaza decente en un horno casero, que no cualquier harina sirve y demás, el miedo estaba más que justificado.
Pero por algo se empieza: mis primeros tonteos con la levadura empezaron cuando vi unas cajitas de la misma en el supermercado. Tiempo atrás había ya adquirido levadura seca en una bolsita, pero poca o nula idea tenía de cómo era que se empleaba la cosa esa, de modo que la pobrecita corrió la suerte de Cleto: murió, murió, murió. Aparte de que todo mundo hablaba de 'levadura fresca', 'levadura de panadero' y demás perendengues, incomprensibles para mí. Absolutamente segura de que mi bolsita carecía de todo pedigree, la dejé morir en la alacena. Sin embargo, después fue que me topé con algo que, allá en lo más recóndito de mi cabeza, creí que podía funcionar: la levadura seca activa.
Primera intentona: una pizza. Nada espectacular, más de uno dirá que es con lo que todo mundo empieza. Siendo un hongo por naturaleza, ni idea tenía yo de por donde es que empieza la mayoría de la gente que se siente atraída hacia la elaboración de pan. O sea que, importándome un rábano serenado, puse manos a la masa. El resultado no fue de despreciar: una base doradita, crujiente y delgada que me hizo sentirme de lo más orgullosa de mi logro. Sin embargo, el aparente éxito primero no fue más que suerte de principiante. No es que mis demás intentos hayan salido abominables o incomibles-que no es por presumir, pero creo que nunca ha salido nada de mi cocina que la gente que me rodea no se haya avalanzado a devorar-, pero no eran enteramente satisfactorios.
Mis ganas de elaborar en casa productos que se conseguían procesados o industrializados, sin embargo, me llevó a una búsqueda que, sin temor a exagerar, puedo decir que me abrió una ventana a un mundo de posibilidades impensadas hasta ese momento. Sí, pues, una noche buscando una receta para elaborar pitas, ya que las que venden en el súper resultan del todo inadecuadas para elaborar shaverma, según Daniel, de cuya palabra no tengo la menor razón para dudar, emprendí la búsqueda en Internet de una buena receta que me diera las pitas que tanto ansiábamos: lo suficientemente gruesas como para poderlas cortar por mitad y rellenarlas formando un cono, algo bastante parecido a los gyros griegos. Las famosas pitas hasta ahorita no han resultado como queremos, sin embargo, abrieron la ventana al mundo del pan hecho en casa.
Soy lo bastante cobarde, por no decir soberbia, como para hacer mi masa madre. El pensar que el cultivo acabe en la basura como producto de un rotundo fracaso me paraliza. Lo cual no obsta para hacer panes menos 'sofisticados' pero igualmente elaborados. He de decir que el pan de muerto fue muy bueno, huelga decir que superior el resultado a cualquier pan comprado en la mejor panadería. Laboriosillo, claro que sí. Con harto orgullo debo decir que no cualquiera se enfrenta a la perspectiva de estar amasando con el mayor brío durante tres cuartos de hora, hasta que la bendita masa alcanza la consistencia requerida. Y luego, a hacerle los huesitos, la bolita y las lágrimas. El resultado me dejó lo bastante satisfecha como para entrarle a otro tipo de masas. Y ahora consumimos pan de caja hecho en casa. Pan de sémola, pan integral con centeno...las posibilidades son infinitas, gracias también a mi manía de andar manoseando las recetas y no dejar ninguna impune. A la que no le pongo acá, le quito allá o le sustituyo acuyá. Pero mis experimentos, hasta ahorita, han sido afortunados.
Así seguimos, esnobéandole a la comida. Es imposible dejar de ver con cierto asco el pan industrializado cuando se ha comido pan hecho en casa. Así como es imposible sustraerse al encanto que produce encontrar una receta nueva que no la concebimos fuera de nuestras posibilidades. Porque, con un poquito de tiempo y algo de buena voluntad podemos mejorar increíblemente lo que ponemos en nuestra mesa. Y de paso, dejar de quejarnos de que Bimbo nos está envenenando.

1 comentario:

Unknown dijo...

Voy a hacer mi comentario político -habrá que resignarse, uno no puede sustraerse a la criticonería-. Lo que dices de las delicias de hacer y comer pan hecho en casa me sugiere este pensamiento: que los "veganos" y demás bichos "contraculturistas" deberían de dedicarse menos a echar choro barato y más a promover prácticas estrategias para ir "racionalizando" el estilo de vida de los habitantes del mundo en que vivimos. Como tú dices, en vez de estar lamentándose de que si Bimbo nos envenena, Cocacola nos engorda y demás, o peor aun, auspiciar otra forma de consumismo (ahora centrado en los exclusivísimos productos orgánicos) pues ¡ándenle!, enseñen a la gente a hornear su pan, confeccionar su carne de soya, preparar su agua de horchata (perdón, su Leche de Arroz). Porque me queda claro que cambiar el mundo no es asunto de echar aire por la boca, sino de poner las manos en la masa.