domingo, 2 de noviembre de 2008

Supersize me, o la responsabilidad de quien se lo traga

Me gusta el cine. No siempre el cine de 'arte', sobre el que tengo mis muy particulares opiniones. Me entretengo, casi, con cualquier película. Puedo pasar dos horas frente a la televisión gruñendo 'ah, pero que bodrio', sin embargo, hay algo que me impide apagarla. Quizás, más bien, debiera decir que me gustan las películas, ya que no soy muy afecta a acudir a las salas de cine, condición que, supongo, es imprescindible para cualquier cinéfilo que se respete.
Uno de los géneros, por llamarlo de alguna manera, que particularmente me agrada es el que últimamente han desarrollado algunos cineastas gringos, híbridos entre documentales y críticas. El cineasta en cuestión toma un tema, investiga, y plaga el filme de sus muy particulares opiniones a lo largo del mismo. Creo que el más conocido cineasta que dedica su tiempo y sus energías al desarrollo de dicho género es Michael Moore. Otro que levantó bastante revuelo en su momento, fue Morgan Spurlock, con su filme Supersize me, mismo que se ha empleado para los fines más diversos, desde propaganda anti-yanqui, hasta para justificar el veganismo. Lo que me ocupa en esta ocasión, no es tanto el empleo que se le ha dado a dicha película, sino lo que se puede observar, tanto en los filmes de Moore, como en el muy aclamado de Spurlock.
A muchos les parecerá, tal vez, que el tipo hizo un documental hasta allá, atacando a tan importante pilar de la sociedad gringa como los restaurantes de comida rápida, refiriéndose en particular al garito de hamburguesas de las orejitas amarillas. Y no sólo hasta ahí llegó su valor, sino que, en una muestra de vocación periodística digno de los más grandes elogios, se sometió a un régimen de un mes de no comer otra cosa que lo que expenden en dicho sitio, poniendo en riesgo su salud, y bueno, hasta su vida, llevado de su afán de denuncia a una de las instituciones más corruptas sobre el planeta.
Lo anterior no es más que la grandilocuencia de la primera vista, y la hipérbole propia de quien se ha casado con una hipótesis y la va a demostrar cuéstele lo que le cueste. La película es efectista-en el peor sentido- a más no poder, llegando a rayar en ocasiones con el sensacionalismo. ¿A qué se deben mis acerbas críticas? No a falta de coherencia, que ya he criticado a dichos lugares en este mismo blog, sino a la serie de interesantes fenómenos que pone de relieve dicha cinta.
Hagamos un breve resumen: la cinta, si es que no la han visto, presenta una investigación que hace Spurlock sobre los riesgos a la salud que representa comer en el mencionado garito de hamburguesas, amén de denunciar la corrupción y facilonería de diversas instituciones, que prefieren engrasar las arterias de la gente antes que proporcionarle la debida información. Comienza de una manera un tanto curiosa: unos niños cantando una cancioncilla que contiene en su 'letra', o más bien, que el componente esencial de la letra son los nombres de changarros diversos de basura comestible. Con lo anterior, el cineasta intenta darnos una idea de la gravedad de la incidencia del aparato publicitario de dichos sitios en las mentes de los niños. Cuando, más avanzado el filme, les presenta a varios niños diversas imágenes, y los chamacos sólo son capaces de identificar, sin el menor titubeo, los personajes a que se asocia a dichas cadenas, ya uno está convencido de que estamos hablando de una industria sumamente insidiosa, que no duda en envenenar las mentes jóvenes para que le resulte mucho más sencilla la tarea de envenenar sus organismos más adelante. En suma, y mientras Spurlock se arruina el físico y la salud comiendo diario y a todas horas lo que sirven en el garito de hamburguesas objeto de su estudio, lo que se ve es una constante repetición de lo expuesto anteriormente.
No es del todo incorrecto lo que hace. Creo que todos tenemos una idea más o menos clara de qué tipo de basura comestible expenden en dichos sitios, o sea que lo que presenta, en sí mismo no es exagerado. Tampoco, para los que no tienen la mínima noción de lo que se están llevando a la boca cada vez que comen en dichos sitios, es malo que se les ponga delante de los ojos la información, valiosa en ocasiones, a la que de otra forma no tendrían acceso. Sin embargo, tanto Morgan Spurlock como Michael Moore son compañeros del mismo dolor al defender la misma tesis: el problema está afuera, y la gente no tiene la culpa de nada.
Uno de los 'expertos' a quien entrevista Spurlock es el abogado que ganó un histórico pleito contra Phillip Morris. El cuerpo del problema, si no recuerdo mal, fue que, cuando a una fumadora le diagnosticaron cáncer, decidió demandar a la compañía tabacalera por no sé cuántos millones de dólares, alegando que fue su publicidad y sus productos los que le provocaron tal mal. Lo malo no fue la demanda en sí, sino que la ganara. Unos años después, los padres de dos adolescentes obesas demandaron al garito de hamburguesas por haberles provocado la obesidad que padecían a sus hijas. Siguiendo el precedente, y con la asesoría de tal abogado, seguramente les pareció muy sencillo y creyeron que podían hacer negocio de los problemas de salud de sus hijas. Lo mejor del caso fue que la causa se sobreseyó. Los alegatos del garito de hamburguesas, a mi modo de ver, fueron contundentes: que si bien la gente sabía que no debía de comer en dichos sitios, o por lo menos no hacerlo con la frecuencia con que lo hacen, lo seguían haciendo. El cabildero que representa a las grandes procesadoras de alimentos fue un paso más adelante: dice que se reconoce que ellos son 'parte del problema', afirmación tomada con el mayor sarcasmo por Spurlock. La causa que lleva a Spurlock a presentar dichos problemas no es la mejor, en mi parecer. Porque todo gira en torno al discurso de 'la víctima'.
Según el cineasta, la gente es víctima de empresas sin escrúpulos, que gastan la pasta gansa para anunciarse y metérsele por los ojos, literalmente. Los adolescentes son víctimas de un sistema escolar corrupto y facilón, que prefiere retacarlos de comidas chatarra en las escuelas sólo porque resultan más baratas. Los niños son víctimas de programas inadecuados de cultura física. Y todos, absolutamente todos, son víctimas de supina ignorancia, misma que se propicia y auspicia bajo las narices del gobierno, cuando no el mismo resulta cómplice, porque también se ve beneficiado por los dineros incalculables que manejan las compañías que procesan alimentos y que los expenden.
Hasta aquí son los argumentos de la gente que se presume de 'izquierda', mismos que, ni duda cabe, son los que alaban los exaltados de mi Facultad y por lo que han convertido a dicho filme en casi objeto de culto. Sin embargo, ni el cineasta ni los exaltados son capaces de pensar que toda moneda tiene dos caras. Y es precisamente la otra cara del problema la que cineastas como Spurlock y Moore se empeñan en ocultar, o que de plano, se niegan siquiera a considerar, llevados como son de su entusiasmo.
Porque si bien se habla de una victimización, podría hablarse también de una palabrita muy fea que a la gente izquierdosa y a los 'críticos del sistema' les saca ronchas: responsabilidad. Alegan que la publicidad es capaz de embrutecer a la gente, por lo que se ve privada de libertad de elección. Sin embargo, en el filme de Spurlock aparece un tipo que afirma que, si no tiene hambre, aunque pase enfrente de incontables sitios de esos, no va a detenerse a comer porque no le da la gana. Muy diferente a la prédica general de la película. Y si un individuo puede hacerlo, ¿no podría igualmente el resto de la gente hacer lo mismo? Creo que sí. Los padres de las obesas merecerían ser demandados, a su vez, por el sistema de salud gringo. ¿Cómo que una adolescente de catorce años se la pasa tragando hamburguesas y porquerías? ¿Dónde están los padres? ¿De dónde es que esa niña saca el dinero para retacarse en dichos sitios? La responsabilidad, a mi entender, no es del garito que le vende mugres, sino de los padres que seguramente muy facilonamente le sueltan el dinero y no se preocupan de ver en qué es que lo gasta, y mucho menos se preocupan de prepararle comidas decentes en casa. Es cierto que la gente vive desinformada, sin embargo, si el filme de marras fuera más balanceado, en el momento en que se le solicita al garito la información nutricional de sus productos, y no la encuentran por ninguna parte, en vez de acusar al lugar de 'ocultar la información', hubiera sido decente hacer un experimento: en donde sí la encontraron, fotocopiar los folletos y repartirlos a la entrada del lugar. Veinte a uno a que se hubieran percatado, media hora después, que la acera lucía un bonito tapiz conformado por los susodichos folletos.
Parece entonces, que los más agrios críticos del sistema gringo pasan por alto una cosa. Quieren venderse la idea de que la gente es del todo inocente, y que los males que los aquejan son producto garras ajenas entre las que viven asidos. Para Moore, el malo de la película, literalmente, es el gobierno. Trata de dar a entender que la gente es muy chida, lo malo es el gobierno que tienen. Sin embargo, el gordo pasa por alto un detallito: que si Bush es un tal o es un cual, la gente misma a la que tanto defiende lo reeligió. Para Spurlock, los malos son las compañías procesadoras de alimentos, las cadenas de comida chatarra y finalmente, también el gobierno. El colesteroloso pasa por alto otro detallito, que muestra en su película, pero al que no le da la importancia como materia de análisis que merece: un par de señoras gordas que dicen que no tienen tiempo entre lavar la ropa, cuidar a los niños etcétera. Nunca mencionan el trabajo, de modo que, si los hijos de ese par son obesos, la culpa no es de la comida chatarra, sino de la comodonería de ambas señoras. Metonímicamente podríamos concluir que, como dice el refrán, no tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre. O sea, no tienen la culpa las compañías, con todo su dinero y todo su poder, sino quienes permitieron que dichas compañías tengan el dinero y el poder. Traducción, el tragón obeso que se atraganta de hamburguesas, papas fritas, y se las baja con un bidón de refresco.

1 comentario:

Alfredo R. I. dijo...

No se diga más. Hay un elemento que Spurlock sí considera, pero es tratado de mala manera vistos los fines del documental: el gusto por las porquerías. La escena es clara, donde afirma "me sentía mal, realmente deprimido, triste. Pedí una hamburguesa y ahora que la como me siento mejor."
Ahí está la trampa: le gustó y se la tragó, pero ¡oh descubrimiento! Lo hace porque ya está enajenado, no porque le dé su recochina gana tragarse la carne con pan y papas. Ése es el fallo de la argumentación que, como bien apuntas, reside en excluir la responsabilidad del comsumidor en el proceso que se critica.
Un último apunte: a mi entender, la película no está a favor del vegamajaretismo porque, si se le mira bien, la novia vegamajaretana queda bastante ridícula con casi todas sus afirmaciones, queda como la prima campesina en orgía urbana salvo cuando le confecciona el "menú de desintoxicación." Incluso, aunque quede como una mención escueta en los enunciaditos insertos al final de la película, hay un hecho irrefutable: Spurlock deja el vegamajaretismo después de desintoxicarse de los daños que le causó MacPerro.
A propósito: los daños, ¿se los causó MacPerro? ¿Se corporeizó, le abrió la boca, y se la embutió con porquerías durante un mes? Nah, patrañas de los gringos que, mientras le juegan a ser el policía del mundo, también se entretienen fingiendo ser el niño menso del barrio.